Un día en Palermo
No es la primera vez que pongo huevos a hervir. Pero sí parece que por primera vez empiezo a prestarle real atención a las cosas cotidianas; o las miro de otra forma.
El agua es hermosa!
Ya, de una, desde que sale de la canilla, de forma prolija, de arriba para abajo, indiscutiblemente teniendo que caer.
Y las burbujas? Guaaa!!! Loco!! son un flash, chiquititas, redonditas, apretadas. Agrupándose, escalando, explotando. Creciendo, borboteando, salpicando.
Once minutos. Huevo duro.
Las burbujas le hacen cosquillas a los ojos ajenos (claro que ajenos… porque no tienen unos propios…).
¨Era un mundo donde hasta las cosas tenían ojos y podían ver a las personas. Las cosas se movían, como caminando y elegían el lugar donde querían estar. A gusto.¨
Por alguna razón desconocida se piensa (pero no se cree) que por no querer ver más a esas estúpidas personas que no hacían ni cosquillas, fueron perdiendo la facultad del movimiento y el don de ver. Entonces así quedaron, como las vemos, inmóviles; enseñándonos (con sus cosquilleos) que todo puede ser posible.
Tal vez, algún día aprendamos, y las cosas vuelvan a ver. Las burbujas del agua parecen ser el comienzo de un nuevo ciclo del arte de ¨vernos y mirarnos¨.
Algo de esto nos cantó Björk con su Hyperballad, verdad?
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